Posiblemente no haya un solo de esos condenados por corrupción, prevaricación o robo de dinero público, que no haya alardeado repetidamente de su inocencia, de su honradez, de su dedicación por completo a su trabajo, e incluso, de hacerlo por el bien de los demás.
Todos han hecho todo lo posible por dilatar los procedimientos judiciales abiertos contra ellos y han asegurado que se trataba de una campaña contra su partido político. Algunos, los más valientes, han asegurado que, de ser condenados, no pedirían el indulto. Y todos, o la mayoría , han lanzado campañas para solicitar firmas para tratar de evitar entrar en la cárcel.
Nada de nada, ni una palabra para reconocer su culpa o de arrepentimiento.
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