miércoles, 17 de julio de 2013

BEBE Y CORRE

La prueba de velocidad de 100 metros lisos respondía al apelativo, reina del atletismo. A paso que van los positivos entre velocistas, será la reina Acida. El archivo de los récords mundiales de la especialidad está prácticamente en ruinas. Cuatro de los seis mejores tiempos de la historia (Tyson Gay, Asafa Powel, Justin Galin y Tim Montgomery, los dos señalados durante la última semana) se han dopado. O eso dicen las pruebas. Solo Usain Bolt (el hombre más veloz de la historia) y Yohan Bleke, dos jamaicanos que solo deben excitarse con tonadillas de Jimi Hendrix, aparecen limpios de polvo y paja.
Hubo un tiempo en el que la prefesión humana se comparaba con la fulgurante zancada de felinos carniceros, esos que quedan tan bien en los documentales de La 2 cazando impalas, hoy sospechamos que casi todo era impostura y pócima. Una afrenta a los ingenuos y nobles depredadores de documental, cuyo único acicate es el hambre.
Desde que Ben Johnson dio positivo en Seúl 88 y manchó sin derecho el nombre de uno de los grandes secundarios del Western clásico de John Ford, los velocistas y los ciclistas son los oficios más sospechosos de darle al frasco estimulante.
Ahora en broma, o las federaciones al cargo son capaces de detectar y sancionar con rapidez los casos de dopaje en el deporte profesional, lo cual recortaría la espectacularidad de las prodigiosas balas humanas que cruzan las metas o se acepta la pastilla y la transfusión de hemoglobina como animal de compañía y los nombres de los laboratorios aparecen como patrocinadores en las camisetas. Todo menos que cada semana se le caiga un mito del deporte al honrado telespectador.

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