sábado, 27 de julio de 2013

LA TRAGEDIA DE SANTIAGO

Un parado, un albañil, una ama de casa... personas anónimas de una pequeña parroquia cercana a Santiago de Compostela rescatan a decenas de personas atrapadas en un tren, les ofrecen mantas, agua, cariño, consuelo, les dan lo que tienen. Ciudadanos de a pie que demuestran con su generosidad, humanidad y coraje estar una vez más por encima de nuestra clase política.
Y, señores políticos, son nuestros hospitales públicos, nuestros sanitarios públicos, nuestro bomberos públicos, los que aparcan su huelga, obvian su bajada de sueldo y ponen todo su saber en salvar vidas.
Todas las tragedias son tragedias. Algunas podrían haberse evitado. Pero una vez acaecidas, el horror y el dolor nos dejan paralizados y sin consuelo. A todos nos incumbe e interpela este desastre. El conductor podrá tener sus propias responsabilidades. Nadie querríamos estar en su lugar.
Los informes técnico y judicial pertinentes habrá de esperar las causas y delimitar las responsabilidades que proceden. Pero no dejemos al hombre solo, el más vulnerable y al que muchos apuntan como perdedor de su propia responsabilidad. Porque hay más responsabilidades(presuntas) que deben ser valoradas y esclarecidas: la de quienes idearon o permitieron una curva tan peligrosa por un trayecto de velocidad endiablada, la de quienes consintieron tramos de vía tal vez ya obsoletos, la de quienes autorizaron un trayecto sin los necesarios mecanismos de señalización adecuada y/o de control automático, de modo que el tren frenase donde debiera con independencia de(o a pesar de) la acción o inacción del maquinista. Y todas estas deficiencias deben ser corregidas para que no vuelva a suceder una tragedia tan horrible.

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