sábado, 6 de julio de 2013

ORGULLO Y LIBERTAD

Nuestra libertad debe terminar donde empieza la de los demás.
Que uno decide ponerle límite antes es una decisión personal, pero que termine después debería de ser un problema compartido por todos en una sociedad sana. Y, como lógica consecuencia de este argumento, parece obvio que gente que desea vivir su relación sentimental y sexual de forma diferente de la nuestra, como es la del colectivo de gais y lesbianas, debería poder hacerlo sin más obstáculos que el de respetar la premisa de no perjudicar a nadie con ello.
Defendiendo las libertades de otros defendemos las nuestras porque de esa manera contribuimos a hacer que el sistema social sea más justo.
Los heterosexuales no debemos caer en el error de trabar las opciones que no nos interesan personalmente. Y sobre todo no podemos pensar que atacar lo que no queremos ser, ayuda a demostrarle al mundo lo que no somos.
Nuestra feminidad o virilidad es algo que, si queremos, lo tendremos que demostrar en la intimidad y a nuestra pareja. Pero nunca discriminando a ciudadanos que solo quieren vivir su libertad.

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