Después e cuatro décadas de dictadura acogimos la democracia y sus libertades con gran entusiasmo, pero 35 años después el balance solo es agridulce, y lo es porque nuestra democracia nunca ha sido completa ni real. Pronto nos fuimos dando cuenta de que se iba imponiendo una nueva tirania de fuerzas dominantes que poco espacio dejaban a la soberanía popular.
Hoy, la democracia se ha desvirtuado tanto que ya solo es un trámite. El pueblo no es soberano. Obedece, se resigna y calla. El poder real lo tienen los poderes económicos, los grandes partidos políicos, los organismos y corporaciones supranacionales y los poderes fácticos. Y ese poder es el que legitima o permite la corrupción, el fraude fiscal, la aplicación injusta de impuestos, el enriquecimieno de unos pocos a costa de la ruina de los demás y los privvilegios de la Iglesia católica y de la familia real.
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