sábado, 8 de febrero de 2014

REALEZA

Hoy, el día en que la infanta declara en un juzgado de Palma, se puede recordar el episodio sucedido en 1699 cuando Carlos II visitó la tumba de su madre Mariana de Austria, en el panteón de El Escorial. El monarca iba acompañado del conde Harrach, embajador de Viena en la Corte.
La muerte de su madre estuvo acompañada extraños sucesos, eclipse de luna, una paloma revoloteó durante varios minutos sobre el féretro y una monja paralítica quedó curada milagrosamente al ponerse una camisa de la difunta, ella había pedido en su testamento que nadie tocase jamás su cádaver, pero Carlos II ordenó a los médicos que le quitaran sus trajes y que comprobaran su estado interior. En ese momento, Mariana enrojeció y su semblante mostró una expresión de ira. Los aterrados médicos, pidieron perdón a la muerta y se negaron a cumplir el mandato del rey.
Viene a cuento lo del conde Harrach y el fiscal de Palma se llama Horrach. Pura coincidencia. Pero lo que enlaza ambas historias la semejanza entre el temor de los médicos a profanar el cuerpo de la reina muerta y el miedo del Gobierno y la Agencia Tributaria a tocar a una persona que goza de la condición de miembro de la familia real.
Salvando las distancias y haciendo abstracción de las circunstancias, estamos ante el mismo respeto reverencial aunque quien goza de un estatuto que le coloca por encima de las leyes y que es irresponsable de sus actos por ser la hija de un monarca.
Han pasado más de tres siglos desde aquel episodio pero la actitud de los protectores de la infanta es la misma que la de los cortesanos del llamado rey Hechizador. La monarquía sigue teniendo un carácter sacro y por tanto, es inviolable y está por encima de la ley, como reconoce la Constitución a Juan Carlos.
Que Cristina vaya hoy a declarar ya es un cambio de alto valor simbólico, aunque falta por ver si la justicia se atreverá a romper este tabú de la intocabilidad de la realeza.

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