Desde hace algunos años socios y aficionado tienden a juzgar a los presidentes de los equipos en función de las contrataciones con que animan cada inicio de temporada, con independencia de su rendimiento en el campo. El presidente que incumple la promesa de fichar a un determinado jugador está perdido. Esa dinámica lleva cada año a la ruina a varios equipos.
Suele decirse que se trata de entidades privadas y que de lo suyo gastan. Si, pero no del todo. La Liga española tiene una deuda de 3.600 millones de euros de los que 752 son con hacienda. Si la administración no fuera tolerante con sus deudores, bastantes equipos estarían en quiebra. No sería el caso de los grandes, Barcelona y Madrid, pero les afectaría porque si estalla la burbuja del fútbol no tendrían a quien golear. Esa posición privilegiada se debe en gran medida a los ingresos televisivos cuyo reporte es el más desigual del fútbol europeo. En la Premier League, por ejemplo, el 50% de esos ingresos se reparten a partes iguales entre todos los clubes, y el resto con criterios objetivos, como la clasificación final y el número de partidos televisados.
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