
El sueño del capitalismo popular proporcionó bienestar y autoestima a millones de personas, pero ha acabado convertido en la pesadilla de esa joven de Vigo que tenía 1860 euros en una cartilla infantil y su caja de ahorros de toda la vida los invirtió en participaciones preferentes. Gracias al capitalismo popular los jubilados españoles creyeron que podían ser clientes preferentes de los bancos, como la gente rica. Gracias al capitalismo popular, los inmigrantes y las personas menos pudientes creyeron que podrían comprarse una casa. Hasta que llegó el paro, no pudieron pagar la hipoteca y el banco que tasó el piso en la cantidad que le dio la gana les desahució.
Thatcher no tuvo en cuenta que su modelo estimulaba las ganas de dinero de las personas que nunca lo habían tenido. Que no había fin para el deseo de consumir, de ascender de clase social a través del dinero. Pero después de ella vino Aznar, vino Zapatero y que todo lo que subía no podía bajar. Los gobernantes abrazaron el capitalismo financiero de la Thatcher con entusiasmo. Y ahora cuando más grande ha sido la burbuja más grande es la factura.
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